Todas las tradiciones religiosas están de acuerdo en considerar al hombre común como exiliado en la tierra,  una expresión arquetípica de esa dimensión antropológica que convierte al hombre en un peregrino del mundo. Él exilo es una condición del hombre. En ella La historia está medida por otro tiempo,  no por un tiempo cíclico,  no por el tiempo de la repetición sino por el tiempo de la espera.
El hombre busca el bien que le falta,  intenta superar la insuficiencia ontológica en que la condición de exiliado le ha situado y sabe que eso solo lo logrará reinstalándose en el centro,  llámese este, Tierra Prometida, Paraíso Perdido o Casa del Padre.  El centro implica un espacio sagrado Arcadia, hespérides, Atlántida dorado-, que muchas veces sólo se realiza en el futuro – Cielo, Paraíso, mundo nuevo, sociedad Ideal -, pero que, en cualquier caso, siempre se supone haberse instalado  en el único lugar en que toda salvación es posible, precisamente por haber hecho  y se acoge a su infinita hospitalidad. El centro es, en este sentido, como lugar de salvación y espacio sagrado superador de toda indigencia, un eje del mundo- axis mundi-,  donde cielo y tierra se juntan y  donde todas las contradicciones convergen  –conincidentia oppositorum - en unidad. Axis mundi y coincidentias oppositorum son dimensiones del centro que hacen posible superar la condición humana de modo natural, recobrando la condición anterior a la caída o, en nuestra terminología, superando el exilio.

Revista Archipiélago  Formas de Exilio 26-27. pag 121.Ed Archipiélago. Cuadernos de crítica de la  cultura. Barcelona España.
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